Queridos hermanos y hermanas:
Hoy empezamos a meditar sobre el tema de la oración. La oración es el alimento de la fe y también su expresión. Es como un grito que sale del corazón del que cree y espera sólo en Dios.
Un ejemplo de lo que es la oración lo encontramos en el Evangelio que acabamos de oír. Bartimeo, que era ciego, pedía limosna sentado a la orilla del camino. Cuando oyó que Jesús estaba pasando por allí, no dudó en gritar pidiéndole que se compadeciera de él. Sus gritos molestaban a quienes estaban a su alrededor y quisieron hacerlo callar. Él, en cambio, gritaba aún más fuerte: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Bartimeo, descartado, menospreciado por los demás, hizo una profesión de fe, reconoció a Jesús como el Mesías. Su ruego conmovió el corazón del Señor, que lo llamó y le preguntó cuál era su deseo. El grito del mendicante se convirtió en súplica: «Haz que recobre la vista». Jesús, que vio la grandeza de la fe de Bartimeo, le abrió las puertas de su misericordia y de su omnipotencia, atendió su plegaria y le concedió lo que le pedía: la vista.
Este pasaje evangélico nos ayuda a comprender que la oración nace de la fe, brota de nuestro ser criaturas frágiles y necesitadas, de la continua sed de Dios que todos tenemos. Bartimeo nos enseña cómo orar: con humildad y perseverancia, confiando en el Señor y abandonándonos totalmente a su misericordia.
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