El Evangelio del Domingo 4 de Febrero revela las acciones milagrosas de Jesús, conforme a las profecías del Antiguo Testamento. Destaca la ironía de cómo el demonio reconoce al Hijo de Dios, planteando reflexiones sobre la fe en la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento.

En la lectura de hoy, observamos cómo Jesús, a través de sus milagros, establece el Reino de Dios, cumpliendo las antiguas profecías que prometían la llegada del Mesías mediante la sanación de enfermos, la capacidad de hacer caminar a los cojos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los poseídos.

La llamada que se nos presenta es doble: primero, a Evangelizar, compartiendo la Buena Nueva y los testimonios de los milagros de Jesús; segundo, a profundizar en las verdades de fe, abandonando cualquier atisbo de duda sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

En este camino, nos insta a adherirnos al programa que Jesús nos presenta para ser verdaderos discípulos, construyendo así una vida plena y feliz en este mundo. La fe y la evangelización se convierten en faros que iluminan nuestro camino hacia la plenitud espiritual y la felicidad que solo Jesús puede brindarnos.