Reflexiones de la Navidad y Epifanía del Señor



Mensaje de nuestro Director Padre Jorge Barros

Con motivo del tiempo de Navidad y la próxima festividad de la Epifanía quisiera enviarles el fruto de una reflexión tomada del Papa Francisco que les pueda ayudar en su camino de crecimiento en la fe.

Nos relata el texto de san Lucas que: María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el albergue. De esta manera, simple pero clara, san Lucas nos lleva al corazón de esta noche santa.Podemos afirmar: María dio a luz, pero también decir: María nos dio la Luz del mundo.

Es un relato sencillo que nos sumerge en el acontecimiento que cambia para siempre la historia de la humanidad y también la historia personal de cada uno de nosotros. Vayamos unos versículos más atrás para comprender mejor este relato. Por decreto del emperador de Roma Augusto, María y José se vieron obligados a marchar del pueblo donde viven, Nazaret para dirigirse a Belén. Tuvieron que dejar su gente, casa, tierra y ponerse en camino para ser censados. Una travesía nada fácil para una joven pareja en situación de dar a luz.

En su corazón iban llenos de esperanza y futuro por el niño que venía en camino. Sin embargo, sus pasos van cargados de las incertidumbres y peligros propios de aquellos que tienen que dejar su hogar y los apoyos de familiares y amigos. Luego se tuvieron que enfrentar quizás a lo más difícil: llegar a Belén y experimentar que era una tierra en la que para ellos no había lugar. Precisamente allí, en esa desafiante realidad, María nos regaló a Jesús, Dios con nosotros. El Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo porque los suyos no tenían espacio para él. Como lo dirá magistralmente pero con dolor más tarde san Juan en su evangelio: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. 

En medio de la oscuridad de una ciudad en pleno movimiento, pero que en este caso pareciera que se construye de espaldas a los que llegan de otros pueblos y naciones. Precisamente allí, se enciende la chispa revolucionaria de la ternura de Dios naciendo como un niño que nos cambiara para siempre. Se podría decir que en Belén se generó una pequeña abertura para aquellos que han perdido su tierra, su patria y sus sueños a lo largo de los siglos. Como hoy lo vemos dramáticamente en muchos lugares de la tierra y también en nuestro Chile.

En los pasos de José y María se esconden tantos pasos de familias que hoy caminan sin rumbo o bien quedan presas en campos de refugiados como condenados en vida. Vemos las huellas de familias enteras, que particularmente durante los últimos años, se han visto obligadas a marchar para llegar a tierras lejanas como a nuestra nación. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse sino que son obligados a separarse de los suyos y que son expulsados de su tierra.  En muchos casos esa marcha está cargada de esperanza y de futuro. En otros, tal vez la mayoría, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer sus ideas, poder y acrecentar sus riquezas, no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente.

María y José, los que no tenían lugar, son los primeros en abrazar a aquel que viene a darnos carta de ciudadanía a todos.  Lo dirá admirablemente bien más tarde san Pablo al escribirle a los Gálatas: No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. Aquel que en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil.

En esta noche santa es notable pensar que los pastores son los primeros destinatarios de esta buena noticia. Por su oficio, eran hombres y mujeres que tenían que vivir al margen de la sociedad. Las condiciones de vida que llevaban, los lugares en los cuales eran obligados a estar les impedían practicar sus ritos religiosos y por tanto eran considerados impuros por una facción dominante de Israel. Su piel, sus vestimentas, su olor, su manera de hablar, su origen los delataba. Todo en ellos generaba desconfianza. Hombres y mujeres de los cuales había que alejarse y a los cuales temer. Sin embargo, ¡que lección!: a ellos paganos, pecadores y extranjeros el ángel les dice: No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esa es la alegría que en este tiempo con particular fuerza pero sobre todo a lo largo de toda nuestra vida estamos invitados a compartir, celebrar y anunciar. La alegría con la que a nosotros, paganos, pecadores y extranjeros Dios nuestro Padre nos abrazó en su infinita misericordia y nos impulsa a hacer lo mismo.

Aprendamos a nunca tratarnos con desprecio, clasificándonos, etiquetándonos como a los pastores del relato evangélico. La fe en este acontecimiento nos mueve a reconocer a Dios presente en todas las personas y situaciones en las que lo creíamos ausente. Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando en el metro y golpeando nuestras puertas. Esa misma fe nos debiera impulsar a dar espacio a una nueva imaginación social para configurarla de otra manera. A no tener miedo de ensayar nuevas formas de relación, donde nadie tenga que sentir que en esta tierra no tiene lugar.

Navidad es tiempo para transformar la fuerza del miedo en fuerza para una nueva imaginación de la caridad. La caridad que no se conforma con la injusticia sino que se anima, en medio de tensiones y conflictos, a ser tierra de hospitalidad. En el niño de Belén, Dios sale a nuestro encuentro para hacernos protagonistas de la vida que nos rodea. Se ofrece para que lo tomemos en brazos, para que lo alcemos y abracemos. Para que en él no tengamos miedo de tomar en brazos, alzar y abrazar al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso y al migrante. Conmovidos por la alegría del don, pequeño Niño de Belén, te pedimos que tu llanto despierte nuestra indiferencia, abra nuestros ojos ante el que sufre.

Que su ternura despierte nuestra sensibilidad y nos mueva a sabernos invitados a reconocerte en todos aquellos que llegan a nuestras ciudades, a nuestras historias y a nuestras vidas.

 ¡A ti la gloria y la alabanza por los siglos, Divino Salvador del mundo!

Amen.

 

Padre Jorge Barros Bascuñán

Director del Departamento de Catequesis






  
  

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